«¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Y, cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones.» — Santiago 4.
«Luego añadió: Lo que sale de la persona es lo que la contamina. 21 Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, 22 la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. 23 Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona.» — Marcos 7:20-23.
Vivimos en un mundo de corrupción e iniquidad resultado de darle la espalda a Dios. Vamos por el camino de la perdición en la búsqueda de nuestro propio significado, nuestras propias reglas y normas, nuestra propia percepción; decidimos vivir a nuestra manera, según nuestros impulsos, sentimientos y deseos pero todos ellos están rotos y son cambiantes. No podemos aferrarnos a ellos porque son inestables y sólo nos llevan a la destrucción.
Jesús nos ofrece otra manera, la única que traerá redención, aceptación, perdón y propósito a nuestra vida; pero sobre todo, salvación. Seguir negando nuestra necesidad de salvación es sólo símbolo de hasta qué punto llega nuestro pecado que preferimos la satisfacción temporal a la verdad y preferimos ignorar la realidad de nuestra naturaleza torcida y la oscuridad que nos rodea y que nosotros mismos estamos creando en vez de volvernos a Dios.
Una vida sin Dios implica estar sometidos a a nuestra naturaleza pecaminosa y nuestras desordenadas apetencias y eso nos conduce a la muerte y a la separación de Dios. Dios no nos creó para ello pero nos dio capacidad de elección, decisión propia y libertad porque el amor no puede ser verdadero si no es libre; el amor no puede ser forzado, debe ser voluntario y por tanto debíamos de poder decidir rechazarle o aceptarle sino sólo seríamos robots ejecutando una programación concreta.
Nuestros pensamientos, decisiones y actos tienen unas consecuencias y esto no es nada nuevo para nosotros ni nada que no sepamos; lo vemos claramente en nuestro día a día, si yo contestó a mi madre eso tiene unas consecuencias, si yo cometo una ilegalidad eso tiene unas consecuencias, si yo decido no hacer mis responsabilidades también hay una consecuencia. Por tanto, si Dios es justo, debe hacer justicia y nuestros actos deben ser juzgados pero, ¿qué pasa si no hemos aceptado a Dios, nos hemos arrepentido y hemos sido limpios de nuestros pecados? que nos hemos condenado a nosotros mismos, porque no hay nadie que sea moralmente perfecto más que Dios y por tanto nuestros propios actos nos condenarían a la separación eterna de Dios, eso es el infierno; la ausencia total de Dios y todo lo que ello implica.
Sin embargo, Dios en su infinita bondad desea restaurar ese vínculo y esa relación con nosotros y lo hizo a través de Jesús. Él pago las consecuencias de nuestro pecado, vino en nuestra forma para poder sacrificarse en nuestro lugar y pagar así las consecuencias de nuestros actos:
«Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte al que tiene el dominio de la muerte .» — Hebreos 2:14
Él sí podía vivir esa vida moralmente perfecta que nosotros aunque nos esforzáramos toda nuestra vida no lograríamos alcanzar (por eso la religión no salva porque la religión consiste en una serie de normas, reglas, rituales y cosas que debes y no debes hacer para poder ser salvo y aceptado y la realidad es que no hay nada que podamos hacer para conseguirlo, es humanamente imposible), Él es el único que podía pagar nuestro rescate:
«De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos.» — Hechos 4:12
Muchos han afirmado haber encontrado un camino pero nadie nunca ha dicho ser el camino más que Jesús. No hay ni una sola persona en toda la historia de la humanidad que haya dicho o hecho lo que Él, no hay nadie comparable a Él, ni nadie que haya proclamado ser Dios. Cualquiera puede decir lo que quiera pero no todo el mundo puede respaldar lo que dice; Él no sólo lo dijo sino que corroboró que era quién decía ser a través del cumplimiento de las profecías escritas cientos de años antes, la cantidad de señales y milagros que realizó y su muerte y resurrección de la cuál hay suficiente evidencia histórica como para creer en ella y estar seguros de que es confiable hacerlo. Y si eso es así, lo cambia todo, nuestra vida, nuestro destino eterno.. todo aquel que crea en Él (sin excepción) será salvo, tendrá vida eterna y libertad nuevamente.
Estamos en el medio del mar nadando, esperando al día que nos ahoguemos y dejemos de hacerlo; Él nos está lanzando el único salvavidas que podemos encontrar en medio del océano, esta en nosotros cogerlo o no pero debemos tomar una decisión porque una vez nos hundamos ya será imposible alcanzarlo, será irreversible. El tiempo pasa y se agota, en el momento que entendamos que no es un día más sino un día menos quizás ya sea tarde.
- explicación:
mar/océano = la vida
nadar = vivir
ahogarnos/hundirnos = morir
Este recurso os ayudara a entenderlo mejor ↓
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